Mi historia es la de un chico que siempre quiso adelantarlo todo. Si quedaba con alguien aparecía mucho antes. Si hacía algo procuraba que ello me llevara el menor tiempo posible. Si corría lo hacía con todas mis fuerzas para ir rápido. Si podía me anticipaba a cosas que aún no habían sucedido. ¿Por qué? Por lo que dije antes. Trataba de que el mundo se parase para poder aprovechar cada uno de los instantes y que nada se me escapase. Había gente que sacaba fotos y que escribía, pero para mí no sería necesario. Yo lo pararía todo.
Un día llegué a conseguirlo. El mundo se paró en una décima fracción de segundo en la que sólo existí yo. Pero el tiempo es sabio. Y me castigó por ello. Mi rivalidad con el tiempo trascendía a lo personal. Traté de atraparlo, traté de moldearlo, traté de burlarlo. Pero cuando lo atrapé se me escurrió mientras reía maliciosamente, cuando lo moldeé se convirtió en un gran monstruo y cuando lo burlé me encontró. El tiempo fue mi gran rival durante 20 años.
En aquel momento que conseguí detenerlo sólo obtuve una cosa. Soledad y vacío. Trabajé tan duramente durante toda mi vida para parar el tiempo y cuando llegué a conseguirlo ya nada me sabía. Había perdido el tesoro mientras buscaba el mapa.
Entonces cambió mi perspectiva.
Entonces me sentí vacío.
Y comprendí que el tiempo pone las cosas en su sitio. Que todo lo que me había quitado en mi búsqueda me lo había devuelto con creces. Que su tic-tac incisivo no era una amenaza para mí, sino un premio. Que su paso me hacía recordar que estaba vivo. A veces intentamos que no pase el tiempo, nos negamos. Queremos quedarnos sólo en un instante y no pensamos más allá de eso. Pero más allá hay todo un mundo y el tiempo te lo brinda. El tiempo no te mata, te recuerda que estás vivo. Ayer el tiempo dictaminó que habí cumplido 20 años... Y me hace sentir vivo y afortunado. El tiempo me apremia con un año más.
No pierdas el tiempo buscando tu tiempo.